domingo, 3 de agosto de 2025

Líbranos del bien – Donna Leon


De nuevo Donna Leon, de nuevo el verano. Un título que ya nos anticipa que no nos dejará indiferentes. Un primer capítulo que nos plantea un enigma futuro, un segundo capítulo rompedor, tras un inicio con la calma que nos acompaña siempre en las novelas de la serie de Guido Brunetti, irrumpen los carabinieri en la casa de Gustavo Pedrolli, pediatra del hospital, como si de un criminal peligroso se tratara y se llevan a si hijo de apenas año y medio. Tras el encuentro Pedrolli tiene que ser trasladado al hospital, el mismo donde trabaja, y donde permanece estrechamente vigilado por los carabinieri. Guido Brunetti llega para ver que ha ocurrido con uno de los vecinos de Venecia, para conocer el porqué de que los carabinieri hayan actuado contra él. Al principio es difícil aclarar que es lo que ha pasado y el motivo, casi nadie quiere hablar, y la información es siempre parcial. La questura debería haber estado informada de esta acción de los carabinieri, pero no sabían nada. Vianello, mientras, sigue también con un caso de fraude administrativo, aparentemente un caso menor, entre algunas oficinas de farmacia y médicos al registrar consultas médicas que nunca llegan a realizarse. Este caso que no parece tener nada que ver con el principal, obviamente, se llegará a entrelazar con el caso principal. El acceso legal a la historia clínica que facilita un uso indebido de la información.

Libranos del bien es una novela donde se muestra la angustia de perder un hijo, una novela que trata del tráfico de niños, una novela que deja muchos frentes abiertos: niños que quedan a cargo de la administración, niños que pierden el calor de un hogar, el de la xenofobia, el de las diferencias entre administraciones que finalmente perjudican al ciudadano…

-“Oh, perder todo el padre que había en mi” – dijo Brunetti.

Una vez más, Donna Leon, nos muestra, como los contactos y las redes personales facilitan la resolución de problemas que la burocracia haría interminables. Es aquí donde el conde Falier, suegro de Brunetti, ejerce de intermediario para que Brunetti consiga una entrevista que le ayudará a ordenar las piezas de este rompecabezas. Y, como siempre, Paola, que pone el contrapunto en el hogar, con sus lecturas y con esa mano en la cocina, con el placer por la buena mesa que ambos comparten y esas recetas cuyos aromas llenan las páginas de la novela y, por supuesto, esas conversaciones al final del día que permiten seguir creyendo en el ser humano.

Después, volvió a la sala y a San Petersburgo, donde encontró al marquis en vena filosófica, diciendo de Rusia que era un lugar en el que “impera el gusto por lo superfluo entre gentes que aún desconocen lo necesario”. Brunetti cerró los ojos, reconociendo la vigencia de esta observación.

 

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