domingo, 25 de octubre de 2020

Crímenes imaginarios – Patricia Highsmith


Extraños en un tren es una novela que siempre recomiendo, también en otras versiones como la película de Hitchcock o la versión sonora de RNE. Así que me animé con otra de sus novelas, Crímenes imaginarios. Una novela donde también esta autora juega con la mente, ¿los pensamientos llegan a convertirse en hechos? Nos encontramos en Inglaterra y como protagonistas un matrimonio de artistas, ella pintora, él guionista de series de televisión y novelista. Ella británica, él estadounidense. Viven en una casa en el campo, no muy lejos de Londres. Pronto surgen algunas diferencias, ella tiene una posición familiar acomodada pero el trabajo de él no va todo lo bien que se esperaba. Y un día Alice desaparece, es una desaparición pactada por el matrimonio, dejar tiempo y espacio puede ser bueno para ambos. Sin embargo, van pasando los días y los amigos, tampoco los vecinos, ven normal que Alice no dé señales de vida, que sus padres no sepan nada de ella, que no cobre su cheque mensual…Y empiezan a recaer sospechas sobre Sydney, Sydney que ha imaginado como sería asesinar a su esposa, como podría deshacerse del cadáver, que sentimientos tendría, que ha enterrado una vieja alfombra en el bosque que toma notas para sus novelas, para sus guiones, guiones que son rechazados habitualmente. Y las sospechas crecen, los hechos parecen cuadrar, la situación es propicia. La familia de Alice, los propios amigos empiezan a dudar ¿Convierte todo esto en culpable a Sydney? Tendréis que leer la novela si queréis saberlo. La novela es un interesante ejercicio sobre las relaciones humanas, sobre la sociedad en la que vivimos, sobre la influencia del pensamiento en la construcción de la realidad, incluso sobre el pasado. Si que reconozco que se me ha hecho algo lenta su lectura.

Sydney sintió ganas de decirle que cavaran un poco más y encontrarían el cadáver, que la alfombra no era más que una pantalla de humo

domingo, 11 de octubre de 2020

El lector de Julio Verne – Almudena Grandes

Vuelvo a los Episodios de una Guerra Interminable: Un pueblo de Jaén en el año 1948, en la Sierra Sur. El protagonista recuerda aquel año, el año que tan importante fue para su vida. Nino, un niño de 10 años, hijo de guardia civil que no parece que dará la talla para ingresar en el cuerpo. Su padre, preocupado por su futuro, piensa que aprender a escribir a máquina le abrirá muchas puertas. Una academia es impensable, así que el padre de Nino tendrá que recurrir a cierta clandestinidad. El futuro será el que sea, quizás incluso dará la talla, pero el presente le trae a Julio Verne, le trae La isla del tesoro, le trae los Episodios Nacionales, le trae una forma distinta de conocer la historia, le trae una forma distinta de vivir el presente. Nino, niño despierto, que tiene en Pepe el Portugués a un amigo. Un amigo que le descubre tanto, con el que comparte pesca y baños en el rio, con el que aprende del comportamiento humano, un amigo que, incluso, le cuenta la historia de su familia, la que conoce pero también algunos episodios que no conoce. Un amigo que le abrirá la mente a situaciones nuevas casi sin darse cuenta, situaciones en las que sobre él recaerá una gran responsabilidad, situaciones donde quizás tenga que tomar partido. Una historia que nos muestra aquellos años, los del trienio del terror, los de una guerra ya acabada oficialmente pero todavía presente en aquella Sierra Sur. Una guerra que mantiene el miedo, que mantiene las diferencias, supervivientes que fácilmente pueden dejar de serlo. Nino desde sus 10 años descubrirá las muchas caras que tiene una misma situación, las muchas caras que tenemos cada uno de nosotros.

La gente dice que en Andalucía siempre hace buen tiempo, pero en mi pueblo, en invierno, nos moríamos de frío. Antes que la nieve, y a traición, llegaba el hielo. Cuando los días todavía eran largos, cuando el sol del mediodía aún calentaba y bajábamos al río a jugar por las tardes, el aire se afilaba de pronto y se volvía más limpio, y luego viento, un viento tan cruel y delicado como si estuviera hecho de cristal, un cristal aéreo y transparente que bajaba silbando de la sierra sin levantar el polvo de las calles. Entonces, en la frontera de cualquier noche de octubre, noviembre con suerte, el viento nos alcanzaba antes de volver a casa, y sabíamos que lo bueno se había acabado.

De la misma autora en el blog: Inés y la alegría.