Vuelvo
a Aramburu y con una delicia de lectura. No sé que tiene de real, que tiene de
ficción. Hace poco escuché a otro autor que comentaba que cuando escribía
ficción lo hacía en primera persona y cuando escribía sobre él lo hacía en
tercera persona.
Aramburu nos cuenta sobre su infancia,
sobre su ahora, sobre los que tiene cerca, sobre los que ya no están, sobre lo
que solo parece trivial, sobre lo que no lo es ni lo parece.
Y nos lo cuenta en capítulos muy
cortos, capítulos de una gran intensidad emotiva. Nos habla también del oficio
de escritor más bien de su relación con las palabras, con los libros, de su
amor por ellos. Relación que empezó pronto, relación que nos lleva a todos a
disfrutar.
Otros trabajan el oro, la madera, la harina. Yo me afané con las comunes palabras del idioma castellano.
Es difícil transmitir aquí el
contenido de esta obra, solo puedo decir que se convertirá en uno de los libros
que alojo en mi mesita de forma permanente. Es uno de esos libros que disfrutas,
incluso más, volviendo a releer sus páginas.
Los temas tratados son muy
variados, a veces aparentemente sin orden, en otras… no es así como los pensamientos,
los recuerdos llegan a nuestra mente. Son los suyos, sus recuerdos, su forma de
contarlo, pero es tan fácil reconocer tantas situaciones que forman parte de un
pasado compartido. Nos hace compartir mucho más que una historia, quizás eso es
lo que ayuda a que nos sea tan especial.
Del mismo autor en este blog: Patria.Y si me pidieran que nombrara mi lugar favorito en el mundo, elegiría la modesta biblioteca que me depara serenidad dichosa.