domingo, 31 de marzo de 2019

El lector del tren de las 6.27 – Jean-Paul Didierlaurent


Otra de las lecturas del club Escuela de mandarines. Un libro sobre libros, un libro sobre lectores, un libro sobre un trabajo relacionado con libros. Un trabajo que a pocos de los que pasamos por aquí nos gustaría realizar: destruir libros, todos aquellos libros que no han tenido una oportunidad, destruir libros para fabricar nuevos libros que de nuevo pasarán por La Cosa. Y de esa destrucción Guibrando Viñol cada día rescata unas pocas páginas, unas páginas que son las que lee en voz alta en el tren de las 6.27, desde el estrecho trasportín a la derecha de la puerta. Páginas elegidas por el azar que embelesan a esos viajeros que van a su trabajo cada mañana.
Y mientras escuchamos estas lecturas también conocemos a Guibrando Viñol, con un nombre que ha condicionado su existencia, conocemos su vida, donde cada día tiene que bregar con La Cosa, con esa máquina que es capaz de destruirlo todo, destruir lo que más ama Guibrando, esas historias impresas en millones de páginas, capaz de tragarse hasta las piernas de Giuseppe, las piernas que tratará de recuperar ayudado por Guibrando.
Y ese pendrive que un día encuentra, el que contiene las historias de Julie, alguien que se le parece tanto, alguien que comparte el amor por las letras, por las letras que escribe, que le ayudan a evadirse, unas letras como las que Guibrando nos lee, las que ayudan a evadirse a esos viajeros del tren, a los habitantes de esa residencia de ancianos donde también llegan estas lecturas rescatadas de las entrañas de La Cosa, a nosotros, lectores de esta novela, entre las líneas de tantas historias que permiten las lecturas del lector del tren de las 6.27.

Él era el lector, el que traía las hermosas palabras.

Y cómo no recordar a Bohumil Hrabal y Una soledad demasiado ruidosa:
Desde hace treinta y cinco años, Hanta trabaja en una trituradora de papel destruyendo libros y reproducciones de cuadros. En cada una de las balas de papel que prepara conviven libros, litografías, ratoncillos aprisionados y su propio esfuerzo. Pero para él, esos libros son mucho más que papel para prensar: son toneladas de saber que la humanidad ha ido acumulando a lo largo de los siglos y que Hanta ha ido adquiriendo con su trabajo. Mientras deambula por Praga, repasa su vida a la vez que reflexiona sobre las enseñanzas de los grandes maestros: Lao Tse, Nietzsche, Hegel o Kant.

domingo, 17 de marzo de 2019

Alma – Javier Moreno


Lectura del club Escuela de Mandarines. Una novela que llega diciendo Esto no es un libro… …esta novela busca el punto siempre inestable en el que lo biográfico se transforma en ficción… Y ahí llegamos nosotros, los lectores: un alma…es un conglomerado de imágenes y palabras, datos reproducibles a disposición de cualquiera
Es posible que la única intimidad que quede a nuestra disposición sea la de las palabras.
Un libro distinto que nos llega con esos flashes que tenemos cada uno en nuestra cabeza, esos recuerdos, absurdos tantas veces, inexplicables las más….
Y de fondo dos personajes: Eduardo y María, personajes que nos encontramos en cualquier momento a lo largo de la historia, personajes de los que vamos conociendo sus historias en aquellos párrafos de la novela que más información continua contienen. Personajes que ayudan a encontrar un hilo conductor, un hilo que está ahí en el fondo de cada uno, descubriendo como esas frases cortas, inconexas a veces, despiertan tanto que está en este autor, tanto que está en cada uno.
Javier Moreno, autor y ¿protagonista? Nos dice El argumento siempre me ha interesado más bien poco en las novelas, y ese argumento es el que es difícil de encontrar en este libro que quizás no sea una novela. Un libro que nos trae un ejercicio literario que pocas veces deja indiferente. Un ejercicio literario que nos lleva a imaginar cuanto hay en cada uno, cuanto tantas veces obviamos, cuanto sigue ahí esperando que alguien lo ponga sobre la mesa.

domingo, 3 de marzo de 2019

Rosy & John – Pierre Lemaitre


Había visto muy buenas críticas de este autor en las redes y me animé a llevármelo a casa. Y, si, ha sido un placer conocer al comisario Camille Verhoeven en ésta, la tercera entrega de la serie.


Una explosión de un obús cerca de una escuela de música de París.

Hoy, por ejemplo, piensa: «Si no piso ninguna junta de la acera, mi padre no morirá». Y empieza a contar a partir de la panadería.
Camina conteniendo la respiración desde casa hasta la escuela de música, y eso que el trayecto es largo. Algo le dice que esta vez no lo conseguirá, pero no encuentra nada, ningún pretexto, ninguna excepción que pueda servirle de excusa para renunciar. Una calle, dos calles, puede ver ya el bulevar, pero la angustia aumenta y tiene la impresión de que cuanto más se acerca a la meta, más se aproxima a la catástrofe. Va con la mirada clavada en la acera, y el estuche de su clarinete balanceándose apenas en su mano. 

Un joven, que graba la explosión con su móvil, se entrega a la policía y dice ser el responsable. Y da más información: Hay otros 6 obuses repartidos por la ciudad programados para explotar, el primero de ellos cerca de una escuela infantil…
Y este es el argumento de esta historia, la tensión, la incertidumbre, lo inverosímil del caso y lo fácil que es hacerse con estos artefactos que quedaron en los campos tras las diferentes guerras que trajo el siglo XX. Y ¿qué es lo que quiere a cambio de la información sobre las próximas explosiones? un billete a Australia para él y para su madre, ahora en prisión. Y también quiere a Camille Verhoeven, quiere que sea el comisario el que lleve el caso, será al comisario al que le dé la información suficiente para que crean esa locura, para poder conseguir ese viaje a Australia.