domingo, 27 de octubre de 2024

La perla – John Steinbeck

 

Steinbeck vuelve a mis lecturas con el club Escuela de Mandarines. Un autor con el que siempre se acierta, un autor con Nobel, un autor que nos muestra una Norteamérica del siglo pasado, un momento indeterminado de la historia, posiblemente los años 30. La vida en un pequeño pueblo de pescadores, la vida de aquellos que viven del mar, que viven de las perlas, accidentes de la naturaleza, que extraen de ese lugar, a menudo inhóspito. Esa barca que Kino heredó de su familia, la que le permite tener una familia propia. Una vida tranquila dentro de la miseria, de esa casa que apenas les protege de las inclemencias. Y la desgracia que llega en forma de picadura de escorpión, la sabiduría popular frente a la ciencia, esa ciencia que no siempre está en el lugar adecuado. Deseos de riqueza para poder curar a Coyotito, para que esa siguiente generación rompa el destino. Ese destino marcado de antemano. Deseos que se materializan en una enorme perla que condicionará el futuro. El futuro desconocido que se abre ante Kino, Juana y Coyotito. Un futuro que el presente codicia.

“En el pueblo se cuenta la historia de la gran perla, de como fue encontrada y de cómo volvió a perderse. Se habla de Kino, el pescador, y de su esposa, Juana, y del bebé, Coyotito. Y como la historia ha sido contada tan a menudo….”

Una novela llena de poesía, de música y, sin embargo, de una realidad que tantos conocen, que pocos pueden romper. Una novela que retrata al ser humano de forma magistral, una novela que deja poco margen a la esperanza. Una novela corta que ha conseguido mantener un nudo en mi estómago durante toda su lectura. 

También de este autor en el blog:

De ratones y hombres.

Las uvas de la ira.

domingo, 13 de octubre de 2024

Nubosidad variable – Carmen Martín Gaite

 

Para el alma que ella dejó de guardia permanente, como una lucecita encendida, en mi casa, en mi cuerpo y en el nombre por el que me llamaba.

 

Una novela que pone de manifiesto el valor de la escritura como recurso terapéutico. Dos amigas del instituto que se encuentran años después, quizás en su cuarentena, la autora no nos lo revela. Un encuentro casual que trae a la memoria un pasado feliz, pero una amistad que se enfrió evitó que ambas conocieran su presente. Mariana, una psiquiatra con pacientes que no solo quedan tras las puertas de su consulta, Sofía, una mujer con un matrimonio que se resquebraja.

Por favor, Sofía, sigue por donde sea y hablando de lo que sea, porque a todo lo que tocas le sacas jugo, lo más sórdido y rutinario lo conviertes en literatura. Echas sobre la mesa un dos de espadas y resulta que era el rey de oros. No tiene derecho a malversar ese don.

Y ahí comienza una relación epistolar entre ambas, esas cartas que Mariana escribe y que no llega a enviar, esas cartas que escribe desde Puerto Real, desde ese lugar donde ha llegado huyendo, huyendo no se sabe bien de qué, no sabe bien de qué, huyendo de su vida, quizás, esas cartas que la ayudan a recolocar en su sitio una vida, esa interlocutora, Sofía, que conoce tanto de aquella adolescente que fue, de esa adolescencia que tanto nos condiciona.

Pensaba con nostalgia en lo fácil que me resultaba escribirte tiempo atrás, cuando no había que hacer un “resumen de lo publicado”, cuando bastaba con simples alusiones, con echar mano de un lenguaje común que reflejaba gustos, bromas, y emociones comunes.

Y Sofía, que rellena cuadernos para Mariana, ella que quería ser escritora, ella que tiene una vida acomodada, ella que inició esta vida por un embarazo no deseado, esos hijos que ya no están en casa, ese marido del que no llegó a enamorarse, esa noche que quiso acompañarlo a aquella exposición.

Tantas palabras, cuando el interlocutor es el adecuado, tantas páginas que quizás no lleguen a su destinatario, tantas páginas que han curado corazones locos.

Dos vidas, la de Mariana y la de Sofía, que vamos a conocer a la vez que ellas mismas, ese tiempo necesario para contar la propia vida, para entender, para perdonar. El camino que ambas necesitaban recorrer para volver a empezar.

Y, sin embargo, a pesar de tantas palabras, puede que la vida no tenga cura:

-Se lo cuento –me dijo un día- para que usted lo escriba, porque así no lo desperdicio y un poco para desahogarme, por eso hablo con usted, que no se escandaliza de nada, como es natural, y me resulta cómodo. Pero no para que me cure, eso ni por las entretelas del cerebro se me pasa, porque la vida, doctora, no tiene cura.

Lean a Carmen Martín Gaite, escriban.