Un título que nos
recuerda un hecho famoso en la literatura y, precisamente, sobre el que había
leído hace poco en La
Estancia además de otras muchas referencias en las redes. Carlos del
Amor utiliza este título tan sugestivo para trazar una historia curiosa, quizás
más curiosa por la forma de contarla que por la propia historia en sí,
ambientada en un Madrid cercano. La historia de un verano que me acompañó en un
viaje en tren y lo hizo especial.
Carlos del Amor
entrelaza ficción y realidad para contarnos los entresijos de un edificio de
Madrid en verano. ¿Ficción y realidad o solo realidad? Posiblemente solo él lo
sepa, precisamente ahí está lo curioso de la historia, al menos para mí, una
historia contada con visos de realidad, algo que nos podría haber pasado a
cualquiera, al menos el principio, pero que un escritor es capaz de sacarle un
partido especial. Posiblemente una historia con elementos reales entrelazados
de una forma muy amena en una ficción literaria que tan buenos ratos nos hace
pasar. ¿Daría la historia de nuestros vecinos para una novela? Posiblemente sí.
¿Son estas historias las de los vecinos de Carlos del Amor? Historias que se
convierten en reales en el momento en el que llegan a las páginas de esta
novela. Historias que nos hacen disfrutar tanto siguiendo al autor protagonista
en la creación de las mismas.
Como decía, me ha
parecido muy curioso como presenciamos el germen y desarrollo de la escritura
de una novela dentro de la misma novela, no sé qué parte es más interesante si
este desarrollo o la historia que contará la novela propiamente dicha. Y luego
están los lugares conocidos, es fácil imaginarse ese verano tórrido en Madrid y
también pasear por las salas del Museo del Prado, por ejemplo. Un libro que nos
trae el eterno deseo de mirar, no a través de una ventana como en aquella Ventana indiscreta de Hitchcock, sino gracias
a un llavero que quedó extraviado.
El 2 de agosto dejé el coche en mi garaje habitual. Estaba desierto, jamás lo había visto así. Al llegar al portal, abrí la puerta y maldije una nueva avería en el ascensor, tan bonito y antiguo como poco práctico. Vivo en un sexto piso de un edificio de siete plantas, así que emprendí la escalada resignado. Cuando iba por el tercero, di una patada a algo,…