domingo, 24 de junio de 2018

El intérprete del dolor – Jhumpa Lahiri


Un libro de relatos leído en el club de lectura Escuela de Mandarines para despedir el curso. Una autora de origen indio, país del que llegan pocas de mis lecturas. He disfrutado mucho con estos cuentos en los que el final llega de forma coherente en intensidad con el resto del relato. Temas que se repiten igual que en la vida de cada uno. La nostalgia por otra cultura, la de un país que se tuvo que dejar atrás, a veces incluso, fue otra generación la que tuvo que dejarlo atrás. La infancia, vista desde una madurez desconocida en nuestra sociedad actual. Las relaciones de pareja, sobre todo aquellas que llegan dentro de unas costumbres que no se cuestionan. Y sobre todo los tiempos, unos tiempos pausados, historias que llegan a lo más hondo sin que apenas te des cuenta.
UNA ANOMALÍA TEMPORAL.
Una joven pareja en un momento difícil de su vida. Él nos relata unos cortes de luz a las 8 de la tarde mientras arreglan el tendido eléctrico. Momento que trae lo mejor del día, lo mejor de muchos días. Y, sin embargo, esa oscuridad puede traer también mayor oscuridad, sobre todo al desaparecer.
CUANDO EL SEÑOR PIRZADA VENÍA A CENAR.
Emigrantes, una guerra tan cercana vivida desde kilómetros de distancia, el pasado de la familia visto desde los ojos de una niña. Una niña que aprende a reconocer a aquellos que son y que no son como su familia en el día a día de este, su mundo, nuevo y anclado en las costumbres de otros que llegaron a él.
EL INTÉRPRETE DEL DOLOR.
Relato que da nombre al libro. Una vez más la historia de una familia de origen indio afincada en Estados Unidos, en esta ocasión de visita en India. Unas costumbres de otra generación vistas desde los ojos del turista. La interpretación de un mismo hecho, aquel que para unos es extraordinario y para otros es solo un medio de vida no buscado.
El señor Kapasi también la observaba, consciente de que aquella sería la imagen de la familia Das que guardaría para siempre en la memoria.
UN DURWAN DE VERDAD
Boori Ma, la mujer que barría la escalera,… vuelvo de nuevo a El callejón de los milagros, esta vez en esta escalera donde cada uno tiene su papel, donde cada uno conoce un presente y sueña con un pasado y un futuro mejor. Donde en un momento las relaciones vecinales cambian. Donde es fácil sacar conclusiones precipitadas.
SEXY
Paralelismo entre relaciones de pareja. Distintos puntos de vista según el protagonismo que le ha tocado vivir al personaje en cada una de ellas y, sobre todo, el punto de vista de un niño que llega a conclusiones tan certeras, tan certeras y a las que un adulto se permite pensar que solo es a otros… Una misma palabra con un significado tan distinto según quien la pronuncie para ti.
EN CASA DE LA SEÑORA SEN
Una vez más la nostalgia por el hogar perdido. Y los ojos de un niño.
A aquellas alturas, Eliot ya había entendido que cuando la señora Sen decía “casa” se refería a la Indica, y no al apartamento donde se sentaba a trocear hortalizas.
ESTA BENDITA CASA
Costumbres que nos cuentan de un país lejano: Un matrimonio hindú concertado. Un nuevo proyecto, un nuevo hogar. Una mudanza y enseres olvidados de los antiguos inquilinos que llevan a esta pareja a poner sobre la mesa aquello que hará que se conozcan mejor. Una situación inaudita que acelerará un proceso, el que nos llegará también en uno de los relatos posteriores.
EL TRATAMIENTO DE BIBI HALDAR.
El barrio, la comunidad reflejada en los vecinos de un edificio. Una vez más. Una enfermedad desconocida que condiciona todas las relaciones. Y una normalidad que llega con el tiempo, quizás cuando ya ni se esperaba. Una oportunidad para integrarse en esa comunidad que también asume a los diferentes. La imposición de una situación que quizás nos lleve a tomar decisiones inadecuadas. Y aquellas que más lo parecen quizás sean precisamente las que se necesitaban.
EL TERCER Y ÚLTIMO CONTINENTE
Me marché de la India en 1964 con un título de comercio y sin más dinero que el equivalente, en aquella época, a diez dólares de hoy. Una bonita historia sobre integración intergeneracional entrelazada con la vida de aquellos que tienen que alejarse de lo conocido. Con todo, a veces me maravilla pensar en cada kilómetro que he recorrido, en cada plato que he comido, en cada persona a la que he conocido y en cada habitación en la que he dormido. Aunque todo eso es de lo más normal, en ocasiones me parece inaudito.

domingo, 10 de junio de 2018

La víspera de casi todo – Víctor del Árbol


Víctor del Árbol construye un entorno sombrío ambientado en un lugar propicio para ello Costa da Morte. Personajes todos con un pasado difícil de dejar atrás.


-¿Y por qué no podemos aprender a vivir?

Historias que crecen en complejidad conforme avanzamos en la lectura. Historias que se entrelazan para llevarnos de la mano a lugares donde los personajes no quieren volver.  

-Hágame caso Mauricio. Vuélvase a casa. No a esta tierra de aquí. A la nuestra. A dónde nacimos. Ningún hombre tendría que morir lejos de sus montañas, de sus ríos, de sus recuerdos. Morirse en tierra extraña es morirse para nada.

Germinal, un policía que huye de un pasado heroico. Un momento que marca este presente en el que vive escondido en una comisaría de La Coruña.

Era como entrar en otro tiempo más propicio para el lema que, en grandes letras, podía leerse sobre una de las paredes: “La única lucha que se pierde es la que se abandona”.

Personajes tan presentes en la vida de otros, personajes que desaparecieron hace tanto. Que desaparecieron y dejaron la incertidumbre de su existencia.

-Ningún ser humano puede vivir sin un objetivo, y yo elegí recuperar a la Pecosa. ¿Entiendes Oliverio, por qué no puedo perdonar?

Argentina también protagonista. Su dictadura, presente en la vida de aquellos que no consiguen olvidarla, que les dio un objetivo, un objetivo no buscado y sin embargo imposible de dejar atrás.

Ella sonrió. La Pecosa sonrió, un poco con aquella ironía con la que se solía despegar de los arranques melodramáticos de Mauricio, aunque, en el fondo, le gustara ese amor suyo de tango antiguo.

Y un nudo constante en el estómago mientras vas pasando sus páginas, aquellas que te llevan a ese mar embravecido del fin del mundo.


Dolores sonrió. Le gustaba la ironía del anciano. Nunca estaba segura de si hablaba en serio o de si le tomaba el pelo. Probablemente le tomaba el pelo con absoluta seriedad.