Una muy acertada recomendación de una amiga me ha llevado al Premio Primavera de este 2021.
Un niño de los años 70 nos cuenta los años que pasó en un pueblo, del que no conocemos el nombre. David nos cuenta sus peripecias en este pueblo, un forastero hijo de la maestra, con un padre que trabaja en la capital y que solo viene los fines de semana, que solo envía una postal desde sitios lejanos otras veces, con dos hermanas mayores que quedan en segundo plano. Lo acompañamos en sus descubrimientos sobre la vida, en la relación de sus padres que la distancia dificulta, en sus tardes interminables con los amigos donde todo era posible y donde, a su vez, los límites estaban claros: los almendros. Unos años 70 que llevan a este niño a descubrir la amistad, a ampliar su círculo familiar, tan importante en esa infancia que tan rápido y tan lenta pasa, unos años 70 donde todo llega a ser posible, esos años 70 donde las dificultades siguen siendo muchas.
David nos cuenta la relación con Emérita, una señora del pueblo que llega a cubrir el espacio de una madre desbordada por el trabajo en la escuela y en la casa, una señora sorda que cuida de él y de la casa familiar, pero sobre todo de él, de Currete como ella lo llama, Currete que a su vez cuida de esta señora grande, grande de cuerpo y de corazón. Una señora que se convierte en su segunda madre, una señora con la que entabla una relación de cariño difícil de imaginar para ambos, el hueco de un padre ausente, el hueco de un hijo que falleció.
Una novela que nos habla también de esa adolescencia posterior, donde la familia se ha mudado a la capital, la adolescencia, donde sin necesidad de kilómetros, nos alejamos del mundo infantil, donde queremos romper con todo, esa edad que nos hace olvidarnos de aquellos que lo fueron todo y también llega esa madurez, la que nos lleva a reencontrarnos con aquello que llegamos a creer que no era importante, aquello que podemos haber perdido para siempre.
La infancia, muy presente en mis recientes lecturas: El lector de Julio Verne de Almudena Grandes, El miedo de los niños de Antonio Muñoz Molina, La niña que iba a la escuela en hipopótamo de Yoko Owaga.
Esa infancia que tan importante es en la vida de todos y que tanto condiciona lo que luego somos, esa infancia donde los días son tan largos, esa infancia que parece discurrir lentamente, la infancia que vuelve cuando llegan los lugares comunes. En definitiva, una novela entrañable que nos habla de lo que nos hace diferentes, de lo que nos hace iguales. Una novela que nos habla de una época ya desaparecida, una época en la que se viajaba sin cinturón, una época de tardes interminables y en la que se jugaba sin la vigilancia directa de los mayores.