Este mes tenemos literatura japonesa en el club Escuela de Mandarines. Una bonita edición de la editorial Funambulista, una lectura que a muchos ha recordado a Heidi, son algunos los paralelismos, es cierto, sobre todo la alegría que queda incluso cuando de fondo está la enfermedad de una niña. Una historia amable, cotidiana y, sin embargo, extraordinaria. Tomoko al cumplir 12 años va a vivir con la hermana de su madre y toda su familia. Es el año 1972, el tren bala acaba de realizar su primer viaje. Tomoko llega a otra ciudad, a Ashiya, inicia allí la secundaria y sobre todo convive Mina, su prima, que sufre de asma y va en hipopótamo, una hipopótama enana, a la escuela. Una familia que vive en una gran mansión y que acoge a Tomoko como una más, la casa que está presidida por dos ancianas, la tía abuela Rosa de ascendencia alemana y la señora Yoneda, el ama de llaves japonesa, una más de la familia, la que realmente toma las decisiones, por el tío que es tan carismático, capaz de arreglar cualquier objeto estropeado, que condiciona la actividad de la propia casa pero ausente a menudo, un gran misterio que a Tomoko le gustaría resolver. También tenemos al señor Kobayashi el jardinero y cuidador de Pochiko la hipopótama y un primo que estudia en Austria. La tía que tiene una habitación propia y Mina, también con su habitación propia: el baño de luz, esa habitación que permite a las primas sus confidencias.
El vínculo con la literatura, con los escritores, como afecta la muerte del premio Nobel Yasunari Kawabata, tanto como si fuera un conocido de la familia. Los libros y las bibliotecas presentes en esta familia heredera de la bebida Fressy que siempre está en la mesa y disponible a todas horas. Pero las historias no solo están en los libros también en esas cajas que albergan las de cerillas que colecciona Mina. Historias de esos personajes de sus ilustraciones que pueblan la imaginación de la niña de luz, la que tiene una gracia extraordinaria para prender cerillas.
Los juegos olímpicos de Munich tienen también su protagonismo en esta historia, esa ilusión por el deporte, por el voleibol, a una edad en la que es fácil vivir en primera persona los avances de una selección olímpica. El espíritu olímpico. Aquellos juegos que estuvieron marcados por el secuestro y asesinato de deportistas de la delegación de Israel.
Un año en la vida de una niña de 12 años que le supone un punto de inflexión. Un año que compartirá con su familia en un mundo lleno de aventuras sin salir de casa. La vida de los adultos vista desde los ojos de esta niña de 12 años que años después nos cuenta como recuerda aquel año de 1972 en aquella mansión que ya no existe, aquellos meses que parecían eternos que le permitieron compartir las ilusiones de la niñez y guardar recuerdos inolvidables.