domingo, 19 de julio de 2020

Una odisea. Un padre, un hijo, una epopeya – Daniel Mendelsohn


Un ensayo que se lee como una novela, una novela que se lee como una biografía. Un libro difícil de clasificar pero que es un deleite en su lectura. La Odisea de Homero como protagonista, la relación padre-hijo que acompaña a esta epopeya. Daniel es profesor de clásicas y en aquel semestre iba a impartir un seminario sobre la Odisea, esto no tiene nada de particular, lo que si que fue particular es que su padre decidió matricularse. Un padre matemático cuyo trabajo Daniel nunca ha sabido bien en qué consistía. Un padre que se había hecho a sí mismo, autodidacta en la mayoría de las ocasiones y con el latín como una asignatura pendiente desde el instituto. Daniel no puede decir que no y el seminario comienza con este alumno particular. El libro nos lleva por los distintos cantos de La Odisea de forma detallada, nos hablan de Odiseo, su nombre en griego, de Telémaco, de Penélope, de los distintos dioses que habitan en sus páginas y tantos otros personajes, de su estructura, del porqué de esa estructura, del porqué de los hechos que nos narra esta obra que ha trascendido a lo largo de los siglos. Las relaciones padre-hijo que se repiten a lo largo de la historia. Para Daniel será una oportunidad de conocer mejor a su padre, un padre ya mayor con el que no siempre se ha tenido una estrecha relación. Y, para profundizar aún más en esta Odisea, esta vuelta a Ítaca tan emblemática, padre e hijo harán un crucero por las costas donde se desarrolla La Odisea, un crucero temático que servirá para que Jay Mendelsohn repita una y otra vez que es mejor la epopeya que la realidad, que permitirá a padre e hijo estrechar lazos familiares, sobre todo a Daniel, conocer mejor a su padre.
Una fantástica forma de viajar por los clásicos, de conocerlos. Gracias a Beatriz de Desordenadas Lecturas y a Mónica por su fantástico Serendipia recomienda.

Literalmente la palabra significa “dolor asociado con la añoranza del hogar”, pero, como todos sabemos, en especial cuando envejecemos, el hogar puede ser un tiempo a la vez que un lugar. La palabra es nostalgia.

domingo, 5 de julio de 2020

Mi madre – Richard Ford


Tenía muchas ganas de leer este libro desde que lo vi en el blog Libros en estéreo. Con él he inaugurado esta nueva etapa de mi pasión por las bibliotecas. Lo primero que me sorprendió fue encontrarme el formato estándar de Anagrama en tapa dura y a ello siguió su tamaño, un libro que no llega ni a las 100 páginas. 80 páginas que leí en un suspiro, una historia que no me defraudó, una historia madre-hijo poco al uso. Y una historia poco habitual en la literatura, una historia llena de lagunas de memoria, como la vida misma, que nos trae hechos y nos trae sentimientos que se adivinan entre las líneas de este libro. Una relación que puede ser como tantas otras y que sin embargo es especial, contada desde el cariño y en un tono intimista
Mi madre se llamaba Edna Akin y nació en 1910, en el lejano rincón noroccidental del estado de Arkansas, Benton County, en un lugar de cuya localización exacta no estoy ni he estado nunca seguro.
Richard Ford nos habla de la historia familiar, de aquello que nunca llegó a saber, una historia familiar que estuvo ahí, que su madre le contaba en ocasiones a retazos y que nunca llegó a conocer completa.

Y nos habla de sus padres, de su existencia antes de llegar él.
Mi madre y mi padre vivían el uno para el otro y al día. En los años treinta, después de casarse, vivían esencialmente en la carretera. Bebían. Lo pasaban bien. Les parecía que no tenían gran cosa que rememorar, y no miraban atrás.
 Mi madre únicamente se refería a esa etapa para decir que juntos se habían “divertido” –era la palabra que utilizaba- y habían comenzado a pensar que no podrían tener hijos. Nada de hijos. Ni siquiera sé si eso les importaba mucho. Su estilo no era el de luchar contra el destino, sino el de aceptar de buen grado la vida.
Y Richard Ford nos sigue hablando de ellos, de como su llegada les cambió la vida, de como hubo que hacer ajustes, y de como se adaptaron también a esta nueva situación.
Ninguno de los dos se planteaba demasiadas cuestiones. No se autoobservaban demasiado. La psicología no era precisamente una ciencia que cultivaran. Descubrieron, si no lo sabían ya, que habían firmado para todo el viaje.
Y hacia la mitad del libro su madre se convierte más en protagonista, y llega el recuerdo de como se dio cuenta de que su madre era alguien más que su madre, y también el recuerdo de aquella mañana de 1960 cuando él tenía 16 años, en la que su padre falleció.
El recuerdo del padre, la adolescencia, la viudez, la vida de una madre que es algo más que una madre…. Son temas que se tratan en las siguientes páginas. La aceptación a una vida que llega así, que podía haber sido de otra forma, que fue de esta.
Pero a mi madre la conocía muy bien. Al menos yo actuaba como si así fuera, y ella también. Ella tenía cincuenta y dos años; yo, dieciocho. Tenía mucha experiencia conmigo, sabía que tipo de muchacho era. Éramos socios en mis líos y en los de ella.
Y la vida sigue pasando y Richard crea una nueva familia y tiene que mudarse y la vida de su madre sigue adelante, con dignidad y llega también la enfermedad.
El resto puede contarse rápidamente. En un día o dos la llevé a Albany. Decía que en mi casa tenía frío, que no podía calentarla, y estaría mejor en la suya. Ésa era nuestra versión aunque en ningún lugar había calor suficiente para calentarla. Estaba pálida. Y cuando la dejé en la puerta de embarque del aeropuerto volvió a llorar, de pie, mirándome mientras me alejaba por el largo corredor y saludando con la mano. Saludé a mi vez de la misma manera. Era la última vez que la vería así. De pie. En el mundo. No lo sabíamos, por supuesto. Pero sabíamos que algo iba a pasar.
Una historia de amor filial sin grandes aspavientos. Una historia en la que Richard Ford ahonda en el conocimiento de sí mismo gracias a la figura de su madre.