Agatha vuelve a mis
lecturas, esta vez con una novela poco habitual, una protagonista distinta y
visitando Sudáfrica.
Diamantes, una muerte
junto a las vías del metro, un cadáver en una casa en alquiler y un desconocido
hombre con un traje color castaño.
Anne Beddingfeld, la
hija de un famoso arqueólogo, está esperando el metro cuando fallece un
desconocido junto a las vías. Se convierte así en una testigo excepcional, una testigo
que busca aventuras, que no duda en seguir las pistas que encuentra en este
accidente gracias a su carácter curioso. Unas pistas que puede que le lleven
hasta Sudáfrica. Viajar a África, ¡qué mayor aventura!
Personajes apenas
esbozados, perfiles muy marcados y amistades inesperadas, amistades con las que
viajaremos en barco, en tren y compartiremos hoteles y visitaremos cataratas
impresionantes. Personajes con los que pasaremos un buen rato, incluso en
aquellas situaciones de peligro que, con un personaje como Anne, parecen no
existir.
Una historia muy
ágil, en la que no pararemos de tener sorpresas, algunas increíbles, amistades
que surgen cuando nadie es quien parece ser, misterios, romances, viajes. Un
enigma por resolver, un trozo de papel con cifras que interpretar y un nombre Kilmorden
Castle. El camarote 17 que todo el mundo quiere y la importancia de los
carretes de fotos, bonito recordar el juego que daban aquellos botes que los
contenían.
Una de las primeas
novelas de Agatha Christie y no una en la que encontramos sus señas de identidad
habituales. Narrada en primera persona por Anne, a la que alguien le propone
escribir la historia una vez que ha pasado, así que sabemos desde el principio
que saldrá adelante. Se ayuda de un diario de uno de los personajes principales
de la historia, curiosa la relación entre ambos. Agatha utiliza esta
herramienta literaria e incluso nos la presenta en el primer capítulo:
…Me vi mezclada en el asunto desde el principio y estuve también en su desenlace. Afortunadamente y por añadidura, las lagunas que yo no puedo llenar por conocimiento directo, quedan cubiertas por el diario de sir Eustace Pedler, que él me ha suplicado con generosidad que utilice.