Posiblemente mi primera lectura de Baroja después de aquel extracto de “Zalacaín el aventurero” de los libros de la EGB.
Los amores tardíos nos lleva a Rotterdam, ciudad donde vive Larrañaga el primo de Pepita y Soledad, hermanas que han llegado de visita unos días. Unos días que se alargan, unos días en los que Larrañaga o José o Joshé, las acompaña o ellas a él en alguna de las visitas que él tiene que hacer por trabajo. Fernando, marido de Pepita, ha llegado también con ellas, pero prefiere estar con sus conocidos holandeses, entre los que se encuentra aquella con la que mantiene una aventura por todos conocida. Es una novela donde los personajes conversan y conversan mucho. Es así como conocemos la historia de Pepita, de su relación con Fernando, su marido, de cómo el padre de Pepita les apoya económica y laboralmente. De la forma de ser de Larrañaga, de lo poco aventurero que es, de como se siente ya cansado y mayor, de la vitalidad de Pepita, de como muestra interés, más allá de la relación de primos, por Larrañaga, de como recuperan aquella relación de hace años que nunca llegó a consolidarse, de como Larrañaga se deja llevar, de como llega a ilusionarse, de como a Pepita se la presenta como alguien que gobierna a los demás sin prestar mucha atención a las consecuencias, de la frivolidad de Pepita, del despertar de aquel interés que nunca llegó a desaparecer del todo, de ese amor, quizás compasivo que se vislumbra. Y de fondo nos habla de emigración, de emigración cuando todo va bien, de cierto desarraigo, de la nostalgia por la tierra propia, de las diferencias que se ponen más de manifiesto cuando llega alguien desde esa tierra propia. Del paso del tiempo, de las diferencias al afrontar una misma relación, de un pesimismo que subyace incluso cuando la ilusión por recuperar los años de juventud está presente.