Un choque de culturas, el pasado frente al futuro. Un pasado con reglas claras donde el hombre forma parte de la naturaleza. Un presente donde Salvatore no conoce las reglas, un mundo acomodado, blando, lejos de su entorno. Sin embargo, los recursos de Salvatore, partisano superviviente de una guerra, superviviente de un tiempo difícil, son tantos que es capaz de adaptarse a este mucho hostil para él. Este mundo que se le presenta cuando tiene que abandonar su casa para ir a la ciudad, a Milán, a vivir con el hijo y la nuera por culpa de la Rusca, un cáncer que le tiene contados los días, los días que necesita, solo los suficientes para sobrevivir a Cantanotte, su enemigo eterno. En Milán conoce al nieto, Brunettino, un bebé que revoluciona su vida, sus convicciones, aquellas que le dicen que cuidar de un bebé es cosa de mujeres, ese bebé con el que crea un vínculo especial, su futuro, el que ya sabe que no tiene, la transcendencia de una vida dura pero que sabe gestionar, una vida donde siempre ha echado para adelante, la de una generación a extinguir, aquella que quería para sus hijos un mundo mejor, más fácil, lejos de la dureza del campo. Milán, la ciudad inhóspita, que también esconde su mundo, el que él sabe manejar, en esa frutería gestionada por Maddalena, en ese encuentro casual con Hortensia que conoce el mundo que él ha vivido, el mundo donde él conoce las reglas, y esos otros encuentros, Simonetta, esa joven que viene a casa de su hijo con la que puede compartir un legado cultural. Salvatore Roncone un personaje fuerte para una historia que no deja indiferente, un personaje sin medias tintas, un personaje que, con decisión, se enfrenta a cualquier problema. Este calabrés que descubre al final de su vida la sensibilidad en la figura de su nieto y en la relación con él, a menudo clandestina.
Un libro que no dejará indiferente. Hay que recordar que se publicó en 1985, quizás hoy nos acerquemos más al concepto de ese mundo milanés que se describe en el libro que al calabrés del protagonista.
Hace muchísimos años que leí esta novela, concretamente en 1990, y me gustó tanto que aún recuerdo a ese abuelo y ese nieto. Me aficioné al autor y leí varias de sus obras suyas que me gustaron mucho. Las últimas llegaron a cansarme, pero La sonrisa etrusca es una magnífica historia.
ResponderEliminarUn beso.
Yo la leí hace un tiempo. La leí en electrónico así que debió de ser bastante después de la fecha de publicación. Ese abuelo es magnífico, efectivamente. El autor me gusta, es curioso como se conjugan economía y literatura. Un abrazo, Rosa.
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