Vuelvo a Ana María Matute gracias a Escuela de Mandarines con Los niños tontos, un pequeño libro de relatos que no deja indiferente. Relatos breves, muy breves, que retratan una época, que podría aparentar ser un libro para niños pero en ningún momento deberíamos considerarlo así. Los protagonistas son niños, efectivamente, niños distintos, niños que no están integrados en la sociedad, niños demasiado integrados, tanto que son invisibles. La infancia retratada desde la dureza de esa etapa vital, una dureza acrecentada en una época de pobreza, de hambre, de trabajo.
Polvo de carbón: La niña de la carbonería tenía polvo negro en la frente, en las manos y dentro de la boca. Niños que trabajan que quieren no diferenciarse contado con una prosa poética que merece ser leída en voz alta.
El niño que no sabía jugar: unos padres preocupados por ese niño que no juega, ese niño que tiene otros intereses.
La crueldad de la infancia, la crueldad hacia otros niños, hacia los animales, la inocencia, la inocencia de esta edad incluso para con el demonio, la inocencia que fácilmente puede desaparecer.
El niño al que se le murió el amigo: el paso de la niñez a la vida adulta, los hechos que llevan a un momento sin retorno. La madre le abrió la puerta, y dijo: “Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.
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