domingo, 26 de abril de 2020

La maestra de títeres – Carmen Posadas



La maestra de títeres llegó a mí en una jornada literaria con Carmen Posadas, una tarde deliciosa en la que escuchar a esta autora fue todo un lujo. Una tarde de diálogo para hablar del amor por la lectura, del amor por la escritura, de las vivencias que la llevaron a publicar este y otros tantos libros.

La maestra de títeres nos lleva al Madrid de los años 50, al Madrid de la calle Serrano, al Madrid de las revistas del corazón. Un Madrid al que llega Ina desde Bolivia, un Madrid donde todas las convecciones sociales son nuevas para ella y tendrá que aparentar su integración en esta sociedad que la acoge. La protagonista es Ina, pero también es Beatriz, su hija, esa hija que llegará años después, esa hija cuya vida tendrá tantos paralelismos y a la vez será tan distinta. Iremos paseando por las calles del Madrid de los años 50, pero también por el de aquellos años 70 donde todo estaba cambiando, historias que van tejiendo un presente al que también asistiremos. Beatriz con una vida conocida por todos, con una vida que que sorprendería a tantos. Que sorprendería a sus cuatro maridos, que sorprendería a sus 4 hijas.

Una radiografía de esta clase social de una época que nos recuerda historias familiares, historias muchas veces contadas, historias muchas veces ocultadas. Una época de la que tantos han pasado página y que vemos lejos ahora pero que está todavía presente en muchos. Tantos que, como Beatriz Calanda, viven el presente para que aquel pasado quede en el olvido.

Numerosos saltos temporales que dan agilidad a la novela y que nos ayudan a conocer mejor a los personajes, que nos permiten entender aquella España que conocemos en blanco y negro y que también estaba llena de color, que nos permiten conocer el color de esta de ahora sin olvidar aquel blanco y negro, que nos permiten comprobar que cambia todo, pero no cambia nada.

De la misma autora en este blog: Pequeñas infamias.

martes, 14 de abril de 2020

Las mujeres de Winchester-Tracy Chevalier


Vuelvo a Tracy Chevalier, esta vez con un libro ambientado en la Inglaterra de los años 30, en el periodo entreguerras, lectura que tengo que agradecer a Laky y Duomo.
La protagonista, Violet Speedwell, trata de sobrevivir por si misma en Winchester, a unos 20 Km de su Southampton natal. El sueldo de una mecanógrafa no da para muchos lujos cuando hay que pagar el alquiler y la comida. En muchas ocasiones hay que decidir si comer o disfrutar de alguno de los pequeños placeres de la vida.

Las tazas de té eran como puntos que le servían para marcar los momentos, establecían una separación entre el antes y el después: entre dormir y despertar, entre caminar hasta la oficina y sentarse a trabajar, entre almorzar y volver a mecanografiar, entre acabar un contrataos complicado y empezar otro, entre el final del trabajo y el inicio de la noche.

Y en esos espacios de tiempo que hay que amenizar sin gastar dinero, Violet llega a la catedral de Winchester.

Se trataba más bien de una veneración por el lugar en sí mismo, el hecho de saber que muchos miles de personas habían acudido a él a lo largo de su historia, en busca de un lugar en el que sentirse libres para estudiar las grandes cuestiones de la vida y la muerte, en vez de preocuparse por pagar el carbón en invierno o por necesitar un abrigo nuevo.

Y conoce a las bordadoras de la catedral, las que van a formar parte de su nueva vida, la que se está construyendo ella misma, en estos años posteriores a la Gran Guerra cuando todavía era tan doloroso, cuando le era imposible imaginar una segunda.

-Papá siempre decía que en la pesca se trata tanto de pescar como de no pescar.

-En efecto. Y de no pensar. Todos necesitamos hacer cosas que nos permitan distanciarnos de nosotros mismos.

Violet, conocerá el mundo del bordado y, con esos caminos que nos marca la vida, también el mundo de la campanología, las campanas de las iglesias tan importantes en la sociedad de otros siglos, las que hoy apenas llegan a nuestros oídos.

Violet lo observó mientras giraba su bicicleta hacia el lateral de la catedral. Su breve atención la había calmado como una mano alargada para detener el movimiento de una mecedora a la que han dado un golpe.

Cuando la rutina se rompe llega el momento de improvisar unas vacaciones. Violet decide iniciar un viaje entre catedrales. Toma una decisión que muchos le pedirán que cambie, sin embargo, ella sigue caminando, aunque le duelan los pies. Sigue preparando el camino para que sucedan cosas distintas, que quizás pasarán, quizás no. Quizás sean como las imaginamos, quizás ni siquiera las imaginamos, quizás nos sorprendan, no siempre para bien o quizás si.

Una pareja mayor con sombrero de paja a juego la adelantó tocando la bocina y saludando con la mano. Se sentía segura, pero también tenía la sensación de estar caminando para llegar a algún sitio en lugar de disfrutar del campo. El paisaje era más llano y menos pintoresco. Y le dolían los pies.

Una lectura que nos trae una protagonista que quizás frecuente poco las novelas de éxito, historias que pasan cada día que pocos llegan a contar.

No debería resultar sorprendente ver a una mujer pasear por el campo o tomarse un té en un pub.

De esta misma autora en el blog: Las huellas de la vida