Leemos un libro que ha alcanzado una actualidad que difícilmente podríamos haber imaginado hará algo más de un año. Con él iniciamos año en el Club Escuela de Mandarines.
Muchos habíamos oído hablar de esta novela, algunos la habían leído en su adolescencia. Hubiera sido fácil pensar que estábamos leyendo una distopía, quizás estemos viviendo una distopía, leer ahora, en esta pandemia, esta obra obliga a una interpretación autobiográfica, una autobiografía colectiva.
¿Cómo hubieran podido pensar en la peste, que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas
En la ciudad de Oran, los vecinos empiezan a ver ratas muertas, una situación a la que primero no dan importancia, pero cada vez son más, la ciudad no da abasto para retirarlas e incinerarlas y un día cesa esta situación. Pero es entonces cuando son las personas las que enferman y mueren, hay que empezar a tomar decisiones importantes, hay que dar un nombre a la enfermedad, a la situación. Una epidemia de peste que lleva a cerrar la ciudad. Las comunicaciones con el exterior están muy limitadas, aquellos que estaban de paso tienen que quedarse en la ciudad, como le sucede a Rambert, periodista que tratará por todos los medios de salir de la ciudad.
Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.
Y desde el principio contamos con un narrador excepcional que nos mostrará los sentimientos de la gente, los cambios de prioridades, nos mostrará a tantos personajes de los que conocemos su nombre y a tantos otros anónimos. A Cottard, que no quiere que todo acabe, al juez Othon, el padre Paneloux y, por supuesto, al doctor Rieux al que le gustaría llevar la esperanza a las casas de los enfermos A Tarrou que decide ayudar, organizar lo necesario, encontrar soluciones.
…algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Convivimos con aquellos que tienen que decir adiós a sus seres queridos y también convivimos con aquellos que ven una oportunidad en esta situación. Una ciudad que tiene que seguir adelante y, sin embargo,
Pero a fuerza de esperar se acaba por no esperar nada, y nuestra ciudad entera llegó a vivir sin porvenir.
Sin memoria y sin esperanza, vivían instalados en el presente. A decir verdad, todo se volvía presente. La peste había quitado a todos la posibilidad de amor e incluso de amistad. Pues el amor exige un poco de provenir y para nosotros no había ya más que instantes.
Albert Camus trae en estas páginas un presente actual y un futuro que nos gustaría ver cuanto antes. Retrata como pocos la naturaleza humana, la que en esta obra coloca en una situación extrema. La que tan a menudo tiene que lidiar con situaciones que dan un giro a la existencia.
Tarrou creía que la peste cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda, el más firme deseo de nuestros conciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero, en otro, no todo se puede olvidar, ni aun teniendo la voluntad necesaria y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones.
Una obra que deja un resquicio a la esperanza, cierto que la de aquellos que sobreviven a esta epidemia que un día tendrá que desaparecer, que muestra en tantas ocasiones lo mejor de cada uno, que difícilmente puede evitarse, en su lectura actual, buscar paralelismos con nuestra peste particular.
De este autor en el blog: El extranjero.