Vuelve Maggie O’Farrell a mis lecturas como un bonito y acertado regalo. Una autora que conocí con Hammet y que ahora llega con este libro de relatos autobiográficos donde la muerte siempre está a la vuelta de la esquina. Relatos narrados con objetividad, quizás desde la tranquilidad que da poderlos contar, desde el oficio de escritora. Diecisiete relatos de títulos anatómicos, anatomía humana para exorcizar el miedo a un final prematuro.
El cuello. Un tranquilo paseo cerca de una laguna donde ver patos, un extraño, unos prismáticos, una sensación, nada concreto que pueda contarse a alguien que no estuviera allí y, sin embargo, una certeza, una confirmación.
Pulmones. Una adolescente, el mar está en calma esa noche, la atrae, salta, libertad. Una enfermedad de niña le alteró el sentido del equilibrio, la superficie puede no ser fácil de encontrar. Una carta encontrada años después en una caja recupera aquel otro momento que ahora cuenta desde la distancia.
Columna, piernas, pelvis, abdomen, cabeza.
Me solté de la mano de mi padre y eché a correr hacia mi madre y mis hermanas…
El coche era azul, con parachoques plateado y manchas de óxido.
Abdomen. El valor del contacto humano, el que llega en momentos difíciles, el que calma, esa mano recordada durante años una vez superado el parto donde madre e hijo sobreviven a una difícil intervención agravada por una enfermedad de la infancia. El contacto humano años después en tantos momentos donde la vida se complicó.
Diecisiete relatos en una estupenda edición de Libros del Asteroide, que incluye ilustraciones de distintos autores, donde alergias, eccemas, amebas, accidentes, hospitales, consultas y viajes llevan a dar gracias porque Ella sigue aquí, sigue aquí, sigue aquí.
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