domingo, 25 de abril de 2021

La niña que iba en hipopótamo a la escuela – Yoko Owaga

Este mes tenemos literatura japonesa en el club Escuela de Mandarines. Una bonita edición de la editorial Funambulista, una lectura que a muchos ha recordado a Heidi, son algunos los paralelismos, es cierto, sobre todo la alegría que queda incluso cuando de fondo está la enfermedad de una niña. Una historia amable, cotidiana y, sin embargo, extraordinaria. Tomoko al cumplir 12 años va a vivir con la hermana de su madre y toda su familia. Es el año 1972, el tren bala acaba de realizar su primer viaje. Tomoko llega a otra ciudad, a Ashiya, inicia allí la secundaria y sobre todo convive Mina, su prima, que sufre de asma y va en hipopótamo, una hipopótama enana, a la escuela. Una familia que vive en una gran mansión y que acoge a Tomoko como una más, la casa que está presidida por dos ancianas, la tía abuela Rosa de ascendencia alemana y la señora Yoneda, el ama de llaves japonesa, una más de la familia, la que realmente toma las decisiones, por el tío que es tan carismático, capaz de arreglar cualquier objeto estropeado, que condiciona la actividad de la propia casa pero ausente a menudo, un gran misterio que a Tomoko le gustaría resolver. También tenemos al señor Kobayashi el jardinero y cuidador de Pochiko la hipopótama y un primo que estudia en Austria. La tía que tiene una habitación propia y Mina, también con su habitación propia: el baño de luz, esa habitación que permite a las primas sus confidencias.

El vínculo con la literatura, con los escritores, como afecta la muerte del premio Nobel Yasunari Kawabata, tanto como si fuera un conocido de la familia. Los libros y las bibliotecas presentes en esta familia heredera de la bebida Fressy que siempre está en la mesa y disponible a todas horas. Pero las historias no solo están en los libros también en esas cajas que albergan las de cerillas que colecciona Mina. Historias de esos personajes de sus ilustraciones que pueblan la imaginación de la niña de luz, la que tiene una gracia extraordinaria para prender cerillas.

Los juegos olímpicos de Munich tienen también su protagonismo en esta historia, esa ilusión por el deporte, por el voleibol, a una edad en la que es fácil vivir en primera persona los avances de una selección olímpica. El espíritu olímpico. Aquellos juegos que estuvieron marcados por el secuestro y asesinato de deportistas de la delegación de Israel.

Un año en la vida de una niña de 12 años que le supone un punto de inflexión. Un año que compartirá con su familia en un mundo lleno de aventuras sin salir de casa. La vida de los adultos vista desde los ojos de esta niña de 12 años que años después nos cuenta como recuerda aquel año de 1972 en aquella mansión que ya no existe, aquellos meses que parecían eternos que le permitieron compartir las ilusiones de la niñez y guardar recuerdos inolvidables.

4 comentarios:

  1. No soy yo muy de literatura oriental, pero me fío mucho de tus recomendaciones y ese paralelismo con Heidi ya la hace irresistible.
    Besos

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    1. Es una lectura entrañable. A mi si que me gustan mucho los japoneses, aunque en este caso olvidaba que estaba leyendo a una autora japonesa.
      Protagonista de 12 años que puede hacer pensar que es literatura juvenil pero nos encontramos con muchos temas para hablar en un club. Un beso.

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  2. He tenido varias veces títulos de Ogawa en mis manos y, sin obedecer a razón alguna, los he dejado pasar. Quizás sea hora de darle una oportunidad, después de leer tu tierna reseña. Veré si lo puedo hallar.
    Un abrazo, Ana.

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    1. Es una lectura acogedora. No es la clásica novela japonesa, al menos para mi, aquí hay más esperanza, quizás más optimismo.
      Me he dado cuenta de que este año estoy leyendo bastantes libros donde los protagonistas son niños: 10-12 años. Una bonita experiencia rescatar la memoria de aquellos años.
      Un abrazo Marcelo

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