Leí a Álvaro Pombo meses antes de iniciar este blog, creo que un libro de Círculo de Lectores, ¡qué buenas lecturas me trajo ese proyecto maravilloso! Ahora vuelve a mis lecturas gracias a una amiga aprovechando el fallo del premio Cervantes de este 2025.
¡Aquella sonrisa era el eterno femenino, como un piano, es lo que es!
Dos niños, dos primos, de unos doce años, esa edad en las que las tardes son interminables, esa edad en la que la imaginación es la mejor compañera, no solo de juegos. Dos niños que viven con su abuela por circunstancias familiares. Ese entorno reducido, y a la vez infinito, a la vida familiar, la de la familia propiamente dicha y también de los que ayudan en casa, a las visitas, a las clases particulares de boxeo que imparte don Rodolfo. El Ceporro y el Chino que no necesitan a nadie más, aprendiendo la riqueza del ser humano, aprendiendo de las contradicciones, ampliando su universo, sin necesidad de salir de ese piso donde viven al volver del colegio. Y ese universo que bruscamente cambia cuando llega Elke, una refugiada alemana que llega a la casa de la tía de ambos, la que vive en el mismo edificio. Las barreras del idioma, una niña que se integra rápidamente sin perder su peculiar concepción del mundo. Época de final de guerra, de la Segunda, para ellos, para ella, todo por construir, su vida, la de estos niños que empiezan a despedirse de la infancia en ese final de curso que académicamente no va bien para ellos, si para ella, como ese verano en el que los primos inseparables tienen que vivir separados, ese verano donde habrá que trabajar con “don Rollo”, donde éste se humaniza desde la relación que don Rollo tiene con don Rodolfo, que ayuda a Ceporro a ver con otros ojos al prójimo, como Elke, que acaba de llegar a un lugar extraño para ella, es capaz de conseguir un lugar seguro para todos.
Novela entrañable donde tenemos como narrador a El Ceporro, al Rey, el que toma las decisiones en el mundo infantil que comparte con el Chino, ese mundo donde el entorno bélico es protagonista. El mundo que tienen que compartir con Elke, la que viene de esa vivir esa realidad. El que es capaz de contar, y de analizar desde una perspectiva sin prejuicios, el mundo infinito de la infancia que, a menudo, empequeñecemos al crecer.
Difícil no recordar a Daniel el Mochuelo en El Camino de Delibes en ese final de infancia